* GUSTAVO DUCH GUILLOT
Para Público.es
Dice Susan George en su último libro, Sus crisis, nuestras soluciones, que “todas estas crisis proceden de las mismas políticas neoliberales establecidas por los mismos actores (…). Podríamos gozar de un mundo limpio, verde, rico y justo, donde todos y todas pudiéramos vivir dignamente. A su lógica, debemos oponer la nuestra. No es tan complicado si comenzamos por invertir los términos”. Por ejemplo, y ya se ha presentado en estas páginas, frente al paradigma del crecimiento permanente como supuesto motor de desarrollo, hagamos de esta crisis la oportunidad para retroceder unos pasos del camino andado y reprogramar un decrecimiento (no forzado, como el actual) saludable para un planeta caliente.

Bajo esa misma lógica nuestra, ¿qué pasaría si volteáramos  –al menos en  parte– el esquema dominante que ha llevado al sector primario de la   economía de encabezar hasta los años sesenta y setenta las cifras del  empleo y  de contribución al Producto Interior Bruto a un papel casi  residual en las  llamadas economías modernas? ¿Qué pasaría si se  promoviera ruralizar la  economía? O, tomando una propuesta concreta,  ¿qué sucedería con el empleo si  cuestionáramos las políticas clásicas a  favor de la agricultura intensiva en  petróleo, por una agricultura  ecológica intensiva en mano de obra?
Para  ofrecer un pequeño análisis de lo que esta propuesta significaría, tengamos en  cuenta unas cifras y unos indicadores.
Cifras. Como sabemos, la población en  paro está ascendiendo hasta  superar el temido 20%. Mientras, la población activa  agraria está en  sus niveles más bajos, sin llegar al 5% en el Estado, lo que  genera un  vacío de pueblos y territorio muy visible por todos nosotros. En los   últimos 40 años la población de los municipios de menos de 10.000  habitantes ha  pasado de ser el 57% de la población española a tan solo  un 23%.
Indicadores. Según datos de la organización Amigos de la Tierra, el  Gobierno  nos demuestra qué modelo de agricultura está diseñando para el  futuro: en el año  2008, en España, se dedicaron 54,3 millones de euros  a la investigación en  biotecnología agraria y alimentaria (por  ejemplo, la de cultivos transgénicos) y  60 veces menos a la  investigación en agricultura ecológica, con tan solo 0,9  millones.
Más allá de los demostrados inconvenientes que tiene el modelo de   agricultura tecnológica e industrializada (contaminación ambiental,  riesgos  sanitarios, competencia desleal con los países empobrecidos del  Sur, etc.)  veamos bajo la lógica
–como dice Susan George– de generación de puestos de  trabajo y de  producción de alimentos los resultados de cada una de estas   agriculturas. Si la comparación la hacemos entre la agricultura  ecológica y la  convencional (industrializada pero no transgénica) la  primera demuestra –según  diversos estudios internacionales– un 32% más  de capacidad para generar empleo.  Por ejemplo, algunos estudios han  estimado que la transformación de la  producción agraria de Inglaterra y  Gales a ecológico supondría un 70% más de  empleo en el medio rural.  Los datos demuestran que la agricultura campesina y  ecológica todavía  genera más empleo y tejido económico si se compara con la  transgénica.  Mientras la agricultura transgénica en España –después de 12 años  de  fuertes inversiones en el único país europeo donde se permite el cultivo  de  transgénicos a gran escala– ha generado en torno a 1.950 puestos de  trabajo  (sumando los generados en las empresas biotecnológicas más los  de los  agricultores que utilizan maíz transgénico), la agricultura  estrictamente  ecológica ha generado 14.310 empleos en las empresas del  sector más 35.407  productores que nos proveen de alimentos bajo este  modelo respetuoso con el  medio ambiente.
Es decir, el Gobierno invierte 60 veces más en un modelo de  agricultura  que genera 25 veces menos empleo que el que demuestra generar la   agricultura a pequeña escala y ecológica. Como sabemos, además, el  modelo  ecológico atrae a gente emprendedora y joven hacia un medio  rural despoblado,  envejecido y masculinizado.
Considerar otro modelo agrario favorece también  las capacidades de  nuestro país de suficiencia alimentaria, disminuyendo las  dependencias  de alimentos importados (la Unión Europea es importadora neta de   productos básicos, importa alimentos por un valor de 173.000 millones de  euros,  mientras que exporta alimentos por 127.000 millones de euros,  según datos de la  Organización Mundial del Comercio), pues como ha sido  demostrado por muchos  investigadores la capacidad productiva de la  agricultura ecológica no es  inferior a la de la agricultura química.
Añadamos pues a las bondades de la  agricultura a pequeña escala y  ecológica la enorme capacidad de generar empleo  sostenible y necesario.
Se podrá argumentar que propuestas que vuelvan la  mirada al campo, al  tejido económico rural y agrario, son tan solo  idealizaciones. Exacto,  lo decía John Berger en el epílogo de su novela Puerca  Tierra: “Sin  embargo, despachar la experiencia campesina como algo que pertenece  al  pasado y es irrelevante para la vida moderna; imaginar que los miles de  años  de cultura campesina no dejan una herencia para el futuro…; todo  ello es negar  el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas…”. Y  un poco más allá, es  despachar la posibilidad de generar una economía  ruralizada, más justa, más  dinámica.
Gustavo Duch Guillot es coordinador de la revista ‘Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas’
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Un comentario
SIn que discrepe del fondo del texto si he ido percibiendo a medida que lo leía una pequeña paradoja. Ruralizar la economía si lo llevamos a una escala global ¿no sería tanto como urbanizar la ruralidad? Personalmente veo más sólido intentar que se comprenda, a escala urbana o rural, el papel de la economía que, en su fuente no en su vulgarización, está bastante claro:satisfacer las necesidades humanas haciendo uso de unos recursos escasos y susceptibles de usos alternativos. A lo que debería añadirse el componente de sosteniblidad, que lo daría la consideración de las necesidades humanas presentes y futuras a la concepcón clásica del término.