En el día de ayer Turcón, en coordinación con Meclasa y vecinos-as de la zona, procedieron a riego y plantación de más arboles en Salinetas.
CRÓNICA DE UN SUCESO AÚN POR SUCEDER
ORGULLO Y REFERENCIA VERDE EN LA PLAYA DE SALINETAS
En los primeros días de julio, iniciando un verano más, me aproximo a la playa de Salinetas como quien busca el encuentro con un viejo amigo. Paseo plácidamente sobre sus arenas, sumerjo mis pies en la blanca espuma que besa la playa en un encuentro amoroso permanente y me sumerjo en ese litoral teldense buscando el placer de la frescura y la limpieza del agua, observando sus archiconocidos fondos marinos y recreándome en los peces y las algas que, viejos conocidos o familiares de ellos, ocupan cada nicho con sus trajes de rayas, con sus puntos llamativos, con sus encendidos colores o jugando a enterrarse en la arena.
Sargos, viejas, salemas, lebranchos, pejeverdes, fulas, tamboriles, bogas, lubinas y un sinfín de otras especies hacen de los fondos de Salinetas un lugar lleno de vida.
Luego, al salir del agua, uno ve el cuidado paseo lleno de personas, lleno de complicidad. Se respira armonía, tolerancia, alegría. Buen rollo.
Y uno recuerda como era esto hace unos treinta años. Y recuerda la playa limpia, los fondos semejantes y un rosario de algas, crustáceos y peces similares a los que podemos observar en la actualidad. Pero no había paseo, ni la playa estaba tan mimada. No existían papeleras que recogieran los residuos, ni lavapiés, ni duchas. Ni escaleras para el acceso, ni rampas adaptadas. No existían baños ni caseta de socorro, ni boyas marcando la zona de baño en el mar. Tampoco era reconocida la playa con la bandera azul europea.
Acaso, de aquella época recuerdo, el socorrido salvavidas de Colacho.
Pero hay un elemento emblemático que no por remodelarse el paseo y la playa dejó de prosperar y crecer hasta convertirse en un elemento de identidad.
Me refiero, claro está, a la extraordinaria zona verde situada a mano izquierda, mirando al mar.
Cuatro señoriales palmeras canarias, centenarias, se elevan al cielo, pletóricas de vida, sin ningún tipo de enfermedad lo que habla por sí sólo de su integración al medio en el que viven. Ya con tamaño de grandes arbustos, le acompañan media docena de jazmineros del Japón que con sus flores blancas embriagan de azahar, cada primavera, el paseo de la playa. Completan y definen la zona ajardinada unos arbustos tipo seto, protegiendo así un césped bien cuidado.
En estas tardes de julio que he bajado para realizar largos paseos, siempre me he encontrado con las risas y los juegos de decenas de niños que se entretienen en el césped y en el paseo, inventando sus héroes, reivindicando el espacio.
Sorprendentemente, hoy, he escuchado en la playa rumores de tala. Me sobresaltó. Incomprensibles actos vandálicos que por increíbles, no creí verosímiles.
– No es posible –manifesté yo. -¡Estamos en el siglo XXI! Nadie tala ni traslada una palmera protegida por ley. Nadie es capaz de dar la orden de desaparecer una zona verde. ¡Ni que estuviéramos locos!
Y ante mi incredulidad, la vehemencia y la afirmación de los que así se manifestaban.
No me lo creí y menos de quien lo auspiciaba según ellos: la mismísima corporación que nos gobierna ¿Para qué tal felonía, tal palmericidio, tal insensatez? Al parecer, decían, para colocar nuevos juegos infantiles sobre más cemento.
Propongo que antes de quitar el único pulmón verde existente en la playa, ¿Por qué no dedicar el mismo afán en regar y conservar los pocos dragos que quedan en la urbanización industrial de Salinetas que se mueren de sed? Zonas de juegos infantiles hay por todo el paseo de litoral. El más cercano a la zona a intervenir se encuentra en Clavellinas. ¡Respeten por favor las pocas zonas verdes que nos quedan!
José Manuel Espiño Meilán
Profesor del I.E.S. El Calero. Educador y escritor medioambiental