El negro futuro de la energía verde

La demanda de cereales para producir biocarburantes sube el precio de los alimentos | Los expertos creen que la reforestación puede ser más eficaz para frenar el cambio climático

Manuel Ansede

Público, 10 octubre 2007
El motor de la industria de los biocombustibles se ha parado. Una fuente de energía limpia, inagotable e independiente de los vaivenes de las grandes potencias petrolíferas era el sueño de cualquier dirigente. Sin embargo, el panorama ha dado un vuelco en los últimos meses.
La conocida como crisis de la tortilla, provocada por la subida del precio del grano en México tras el aumento de la demanda de maíz en EEUU para fabricar bioetanol, empezó a ensuciar la imagen de los combustibles verdes.
Muchos vieron entonces la confirmación de una sospecha: la sustitución de los cultivos para consumo humano o animal por extensiones dedicadas a las plantas de bioetanol o biodiésel desencadena, merced a la ley de la oferta y la demanda, un aumento del coste de los productos de primera necesidad. En otras palabras, los recursos limitados del planeta plantearían una disyuntiva: alimentar a las personas o a los coches.

Críticas de un Nobel

El ganador del Nobel de Química de 1995, Paul Crutzen, acaba de echar gasolina al debate energético, con unas declaraciones a la revista británica Chemistry World . Según Crutzen, el cultivo de plantas para fabricar biocombustibles produce una cantidad de óxido nitroso, o gas de la risa, que anula cualquier beneficio producido al evitar el uso de los combustibles fósiles.
Según el equipo de investigadores que dirige Crutzen, los abonos empleados en los cultivos producen mucho más nitrógeno de lo que se suponía. El óxido nitroso resultante es uno de los principales gases de efecto invernadero, con el dióxido de carbono y el metano.
“Lo que queremos dejar claro es que aumentar el uso de biocombustibles no produce ningún beneficio y, de hecho, propicia un agravamiento del calentamiento global”, ha señalado el investigador de la Universidad de Edimburgo y coautor del estudio Keith Smith.
Previamente, un estudio publicado en agosto en la revista Science ya había avisado de la postura de una parte de la comunidad científica frente a la industria de los biocarburantes. Según la investigación, dirigida por Renton Righelato, naturalista de la organización internacional World Land Trust , una superficie determinada de bosque absorbe hasta nueve veces más CO2 que la misma extensión dedicada a la producción de biocombustibles. Además, añade el estudio, los árboles no compiten con la alimentación humana.
“Imagino que en Europa siempre alimentaremos a las personas antes que a los coches, pero la situación será difícil para los pobres del Sur si les proporcionamos un mercado que demande biocombustibles”, afirma Righelato. El efecto mariposa iniciado por el aleteo de la industria de los biocarburantes ya ha llegado a España.
Las asociaciones de ganaderos, los fabricantes de harinas y hasta los cerveceros empiezan a dibujar un futuro marcado por las subidas de precios. España, a pesar de estas voces críticas, ha dado un empujón a esta industria.
El pasado mes de junio, el Congreso de los Diputados aprobó el sistema de obligación de biocarburantes, que impone que estas fuentes de energía representen en 2010 un 5,83% del mercado nacional de gasolinas y gasóleo para el transporte.

Error de la UE

Entonces, el presidente de la rama de biocombustibles de la Asociación de Productores de Energías Renovables (APPA), Roderic Miralles, aseguró que no entendía por qué no se fijaban objetivos obligatorios para más allá de 2010, cuando la Unión Europea ya ha adoptado el compromiso de cumplir necesariamente un 10% del mercado de combustibles de automoción con biocarburantes en 2020.
Para Righelato, sin embargo, pudo ser un acierto. El investigador cree que la política de la UE en este campo está completamente equivocada. “Es una reacción simbólica para que los gobiernos y los consumidores piensen que están haciendo algo positivo”.
Según el científico, la esperanza se encuentra en los llamados biocombustibles de segunda generación, “como los derivados de la biomasa leñosa extraída de los bosques de manera sostenible, o de plantas como la jatrofa, cultivada en tierras poco rentables”.
Rafael Mariscal, del CSIC , está investigando estas alternativas. En su opinión, el futuro del biodiésel es la extracción de aceite de la lignocelulosa: “Aunque todavía no es rentable, hace falta un avance tecnológico”. Esta parte leñosa de la planta, que constituye el 70% de su masa, se podría obtener de los restos de las cosechas o de los residuos forestales. Pero para ello habría que reconvertir una industria que mueve miles de millones de euros en todo el mundo.

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