Por Miguel Ángel Rodríguez Santiago
Es este el título de uno de los artículos publicados por el Servicio de Estudios de La Caixa en el mes de septiembre de 2010. Seguidamente, usando como única fuente a dicho estudio, cuya URL facilitaré al final del mismo para quienes estuvieran interesados, pasaré a extractar lo más significativo, a mi juicio, del mismo. Su estilo llano, aunque no exento de parámetros técnicos, hace fácil la lectura y el proceso de reflexión que sugiere. Comienza, literalmente con el siguiente párrafo: “Según Woody Allen el dinero no da la felicidad, pero produce una sensación tan parecida que sólo un auténtico especialista podría verificar la diferencia”.

El concepto felicidad, como elemento de estudio de la economía es tan antiguo como la propia ciencia económica. El hombre siempre, desde diversas disciplinas, ha tratado de encontrar las claves de la felicidad, incluso rechazando la imagen convencional de felicidad como hicieron los estoicistas. En la aproximación que se hace desde la ciencia económica, el estudio de La Caixa parte de un estudio del año 1974 en el que se hacía metodológicamente la siguiente pregunta: ¿si todos fuéramos más ricos, seríamos más felices?
De entrada, sugieren los autores del estudio, todos anticiparíamos una respuesta claramente positiva y así lo reflejan las encuestas. No obstante en las referencias intelectuales más relevantes del debate existe el término “los siete grandes”, para referirse a los principales determinantes de la felicidad: relaciones familiares; trabajo estable y gratificante; comunidad y amigos; salud; libertad individual; valores personales y, cómo no, la situación financiera.
Sin embargo, los sondeos sugieren que el dinero no es, ni mucho menos, la dimensión vital que más nos afecta. En una escala de 10 a 100, una separación matrimonial disminuye nuestro bienestar 8 puntos y quedarnos sin trabajo o el deterioro físico lo reducen en 6, mientras que la pérdida de una tercera parte de los ingresos familiares sólo resta 2 puntos. Así pues, el impacto directo de cambios de renta sobre la felicidad se anticipa modesto, sobre todo en relación con el que procuran las circunstancias familiares, el desempleo o la salud.
Cuando los estudios sobre riqueza material y felicidad se van haciendo más profundos se alcanza a descubrir la paradoja de Easterlin: “Cuando la gente progresa respecto a su vecino es más feliz, pero cuando toda una sociedad se enriquece, no logra serlo”.
Según el mismo autor, la paradoja se resuelve si leemos los resultados con lentes apropiadas: la privación y la pobreza resultan muy nocivas para la felicidad, pero una vez las necesidades básicas están cubiertas, lo que nos reporta satisfacción no es la renta absoluta sino la relativa…..(continua esta semana).
Nos encontramos en este punto de estudio de La Caixa con dos conceptos importantes: la riqueza absoluta (miles de euros en mi cuenta) y la riqueza relativa (miles de euros en mi cuenta en relación a los miles de euros totales que tienen mis vecinos). Tenemos entonces que la autosatisfacción con nuestra posición económica la da no la cantidad de activos, monetarios o no, que poseemos, sino como son en relación a quienes me rodean.
Entra en juego por tanto un factor psicológico, puesto que la mente humana carece de una métrica interna que asigne valía a todo bien, es por ello por lo que recurre a la comparación como método de valoración habitual. En el caso de los ingresos, le atribuimos más valor cuanto mayor sea su cuantía respecto a dos baremos: lo que perciben nuestros allegados (comparación social) y los propios ingresos del ayer. De aquí surge una derivada curiosa e interesante que es el consumo de bienes suntuarios o de lujo o caros, que en si mismo no van a proporcionar una funcionalidad mayor que otros, pero que socialmente nos posiciona en la estratificación de ingresos y viene a decirles a los demás cual es nuestro nivel económico. Es ese factor de envidia o celos lo que contribuye a elevar el bienestar por encima del que produce el propio bien o servicio que estamos enseñando.
En definitiva, los expertos siguen divididos entre quienes descartan una influencia permanente de los ingresos en la felicidad y quienes disienten. Con todo, nadie niega que a mayor riqueza, mayores y mejores oportunidades. Se trata de elegir aquellas que nos reporten un mayor goce y, al mismo tiempo, gestionar las emociones, evitando la trampa de la relatividad y las carreras sin sentido. Además, aunque no repercuta directamente sobre la felicidad, la mejoría económica puede conllevar avances en otros de sus determinantes, como la salud o la libertad personal. Lo dijo también Woody Allen: “el dinero no puede comprar la felicidad, pero sí un mejor tipo de miseria”.
Resulta evidente y me permite como epílogo de este pequeña colaboración recordar aquel chiste de los condenados a muerte en los que uno de ellos se niega a pedir un último deseo, el español en la versión que yo conozco, porque al día siguiente no se lo puede contar a nadie. Muchas veces, gozamos del reflejo que ofrecemos a los demás, más que de lo que propiamente nos ofrece aquello que consumimos o poseemos. Ser consciente de ello es un buen faro para la libertad individual y para gestionarse en estos tiempos.