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Por Carlos Sosa el 25-08-2009
Hace unos pocos años, las fuerzas vivas de Tenerife convocaron a un almuerzo a los directores de los principales medios de comunicación de Canarias. El encuentro fue en el Mencey y a él fui invitado por las buenas relaciones que siempre hemos procurado mantener con la Cámara de Comercio tinerfeña, a pesar de las notables diferencias que respetuosamente hemos sostenido en público y en privado.
El objeto de aquel encuentro, al que no faltaron los grandes prohombres del tinerfeñismo, incluido José Rodríguez Ramírez, director y editor de El Día, era convencer a los medios de la necesidad de hacer causa común con los cuatro grandes proyectos que ellos consideraban imprescindibles para la isla de Tenerife: el cierre del anillo insular de carreteras, el tendido eléctrico del Sur, el puerto de Granadilla y la nueva pista del aeropuerto de Tenerife-Sur.
Gobernaba Canarias un tinerfeño, Adán Martín, que a juicio de muchos de los allí presentes no estaba precisamente colaborando mucho con la causa, aún a pesar de las estrechas relaciones que siempre tuvo (y sigue teniendo) con el núcleo duro del poder verdadero de esa isla (Pedro Luis Cobiella, Antonio Plasencia, Ignacio González, Rodolfo Núñez… y, por supuesto, don Pepito).
De ahí que los convocantes, aglutinados en torno a Ignacio González Martín y José Fernando Rodríguez de Azero, reclamaran de sus invitados una muestra de lealtad inquebrantable a aquellos principios de tinerfeñismo en forma de cuatro grandes obras públicas.
El enemigo no era allí la pérfida Gran Canaria, aunque en este tipo de asambleas siempre sobrevuele ese fantasma. El enemigo real era Ben Magec-Ecologistas en Acción, el principal colectivo ambientalista que opera en Canarias a base del esfuerzo de sus asociados y los constantes sinsabores e incomprensiones que se granjean.
A Ben Magec no se le reconoce el papel de necesario contrapeso que ha de desempeñar en una sociedad desarrollista que idolatra el ladrillo y el alquitrán un colectivo como éste. Directamente se le tacha de enemigo de Canarias y de sus ciudadanos, de instrumento al servicio de no se sabe qué inconfesable poder corrupto y mafioso que sólo pretende que nos muramos de hambre antes de que acabe la primera década de este siglo.
Pero gracias a Ben Magec y a todos los que la empujan, Canarias ha podido reconocerse depredadora y desarrollista, salvaje e inconsciente. No ha ganado ni la mitad de las batallas que ha planteado, y ni siquiera es necesario estar de acuerdo con todo lo que propone. Pero, ¿qué hubiera sido de esta tierra sin esa voz crítica, valiente y contestataria ante esos poderes?
En un lugar donde la corrupción campa a sus anchas no nos podemos permitir el lujo de que se trate de intimidar a un colectivo que ejerce sus derechos y los de los ciudadanos con la Ley en la mano y argumentando desde la seriedad y la responsabilidad. Es malo hasta para los corruptos.