A los diez años de su nacimiento, la Fundación ha logrado plantar unos 150.000 árboles con 1.100 voluntarios
JJJ. – LP/DLP
Un grupo de cinco grandes empresas fundó hace una década Foresta, una iniciativa para suplir la falta de competencias de las administraciones públicas en las fincas particulares, a las que ofrece asesoramiento, limpieza y repoblación gratuita y que se ha saldado con una de las labores más importantes que ahora mismo se ejecutan en Gran Canaria con capital privado.
Gran Canaria está de cumpleaños con la celebración del décimo aniversario de Foresta, fundación que desde su nacimiento ha plantado casi 150.000 árboles en una extensión que cubre unas 250 hectáreas de superficie.
Desde su creación, en una iniciativa que surge por la necesidad de intervenir con ayudas públicas en terrenos de titularidad privada, ha logrado aunar el esfuerzo de 1.100 voluntarios que, sacho a sacho y balde a balde han ido repoblando las medianías y cumbres de la isla de Gran Canaria.
Foresta, así, se ha ido convirtiendo en un referente de cómo la labor social de un grupo de empresas se vuelve de pronto imprescindible tanto en la difusión de los valores medioambientales entre los miles de escolares que han ido pasando por sus aulas al aire libre, como para devolver a Gran Canaria la naturaleza que se le fue arrebatando durante cinco siglos de explotación.
Esto en un Archipiélago que a pesar de representar el uno por ciento de la superficie de España atesora más del 50 por ciento de sus especies vegetales endémicas. Pero quienes realmente están descubriendo Foresta son los propietarios de fincas ubicadas en suelo rústico, que reciben gratuitamente de la fundación asesoramiento, limpieza y repoblación según convenga en cada ecosistema, y que ven cómo año a año el viejo erial se les convierte en una arbolada que incluye especies frutales forestales como el nogal, el almendro, el castaño, la higuera y el acebuche, combinados según las alturas, con el bosque termófilo de medianías: con su acebuche, drago, lentisco, almácigo, guaydil, y el algarrobo, entre otros;o de la laurisilva cumbrera, con el monteverde compuesto por el laurel, la faya, el brezo, el madroño, el aceviño, el viñátigo, el barbuzano…
Todo ello reforestado «según mejor convenga al propietario», según explica su gerente, Sergio Armas, con el fin de no perjudicarle económicamente y teniendo en cuenta que el 43 por ciento de la superficie de la Isla está sujeta a algún tipo de protección medioambiental, es decir, allí donde no se permita ninguna otra actividad que no sea la forestal. Y si bien en un principio esos dueños eran reacios el boca a boca ha ido poniendo en verde una cadena de fincas que suman esas 250 hectáreas, de las cuales un 95 por ciento está en Gran Canaria y el resto en Tenerife y Fuerteventura.
Pero a más que se hace más queda. Así, en Gran Canaria hay hoy 14.000 hectáreas de arbolada, lo que implica que quedan aún 31.000 hectáreas por plantar, una labor ingente, agravada además por el incendio del pasado año, de especial atención para Foresta, y que si bien de alguna manera no ha sido una catástrofe completa para el pino y la palmera, sí que ha puesto en una delicada situación, dice Armas, el sotobosque, fundamentalmente a especies amenazadas como la cresta de gallo y la jarilla peluda o heliantemo, ambas en peligro de extinción, la jarilla de Inagua, el tomillón blanco y el rosalillo de don Juan.
Una cadena sin fin
Domingo Alonso, Grupo Flick, Global, Spar Gran Canaria y Bonny, más una veintena de sociedades colaboradoras, aportan los fondos y el potencial humano a Foresta, gestionada por Sergio Armas (gerente), Alicia Ramírez (administrativa) y Yurena Rodríguez (marketing), además del apoyo del ingeniero forestal Roberto Castro. Los números engañan, porque la pequeña plantilla ha logrado aunar el esfuerzo de más de mil voluntarios que plantan en invierno y riegan durante el año y que ofrecen actividades a los escolares, difunden información medioambiental, implican a los padres, a los colegios e incluso a las empresas, tanto a sus trabajadores como a sus clientes. Y va a más, porque según afirma Sergio Armas, el incendio del pasado año ha sido un revulsivo en las conciencias y se nota un mayor aprecio de su naturaleza tras ese «toque de atención». Desde entonces han limpiado barrancos, han despejado caminos y han replantado en una cadena, que de momento, no tiene fin.